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Querida Paulina

Sobre la muestra Nunca caminarás solo de Paulina Silva Hauyon en Galería Foster Catena

Querida Paulina:
Tengo anotada en mi libreta la fecha en que viniste a verme por primera vez. Fue el 25 de julio de este año. Tu pedido era concreto: querías que fuera tu interlocutora hasta tu muestra. Dije que sí. You’ll never walk alone, trajiste a colación esta canción en uno de nuestros encuentros. Voy a escucharla, confiando en que me impulse a seguir escribiendo con la misma inmediatez con que los himnos pop se impregnan en nuestra memoria y acuden a nosotros cuando los necesitamos. Busco en Grooveshark la versión de Johnny Cash pero no la encuentro. Pongo la de Elvis y sigo. Es una versión en vivo y los gritos de las chicas irrumpen con garra sobre la voz profunda y seductora. ¿Es esa misma clase de devoción la que lleva a una persona a besar una tumba? Los centenares de besos que cubren la tumba de Oscar Wilde en el cementerio de Père Lachaise son, además de una colectiva manifestación de amor platónico, la reivindicación pública de una sociedad que no supo besarlo en vida. Huellas de lápiz labial, del rosado al carmín, se adhieren como un aliento leve al cemento. Un beso es tan fugaz y tiene al mismo tiempo el carácter de un sello, de una promesa que elige prescindir de la palabra porque el propio acto de besar excluye el de verbalizar. Ese primer día me hablaste de “Biche morte”, el cuadro de Courbet donde un ciervo yace sobre la tierra de color ámbar enfermizo en una floresta. El título sugiere que ya está muerto pero por un efecto de la sombra la cabeza parece levantarse mínimamente en una agonía sostenida. Eso discutíamos mientras observábamos el cuadro, entre fascinadas e incrédulas. ¿Está realmente muerto el bicho? Si la agonía pertenece a la vida o a la muerte no lo sé. ¿Siguen agonizando los hermanos Vergara Toledo asesinados por la dictadura de Pinochet? Las ideas no se matan. No se sabe a ciencia cierta donde escribió Sarmiento esta frase. Conjeturan los historiadores que la escribió con carbón en la pared de un rancho perdido en San Juan. Con carbón, no lápiz labial. Otro color y materia, la misma fragilidad.

Miro el retrato de Gustave Courbet. Ostenta una gran barba y su cabeza descansa sobre el codo de manera rústica. La mirada exhala cierto sopor, como un soñador absolutamente terrenal que acabara de bufar profundamente ante alguna pavada grandilocuente y épica. Courbet, tan sólido como escandaloso en su terquedad, sostuvo hasta el final su voluntad de pintor: cada centímetro del lienzo debía ser cubierto por la fuerza de trabajo, la fotografía no reemplazaría jamás la manufactura del artista. Te imagino Paulina, imitando esta voluntad, un poco a regañadientes a veces, cuando el entorno se cuela en tu taller para recordarte el vértigo y la velocidad con que vivimos. Suele pasar: para llevar a cabo un homenaje es necesario atravesar los grises, afinar el ojo para distinguir las variaciones dentro del negro y del blanco, ir de un extremo al otro y después alejarse para ver el conjunto.

Anoté algunas palabras en mi libreta después del 2do encuentro: cadáver-familia-devoción-héroe-parentesco- política-conmemoración. Elijo una para continuar: parentesco. Parecido no es lo mismo. Incluso puede ser lo contrario, sutilmente trastocadas las palabras el sentido puede cambiar diría que irremediablemente. Pero es fácil caer en una de las innumerables y exquisitas trampas de Nabokov cuando comienza su novela “Ada o el ardor” tergiversando el inicio de “Ana Karenina” y presentándolo al lector con la veracidad una cita: “Todas las familias felices son más o menos diferentes; todas las familias desdichadas son más o menos parecidas”. La versión madre, la de Tolstoi, tenía el significado inverso. En “Ideologías”, arrancaste la primer hoja de cada libro para mostrarlas juntas, como se presentan en sociedad dos hermanos físicamente parecidos que en la intimidad sacan a relucir sus personalidades diametralmente opuestas. Los lazos de parentesco hilvanan las obras de tu muestra, que son deliberadamente contadas, pues cada una tiene el poder sinécdoque de la punta de un iceberg: habrá que sumergirse en el agua helada para medir la verdadera dimensión de lo que permanece oculto. Como en toda familia, aún con pocos integrantes, las relaciones pueden ser intensas, oscuras, contradictorias, ambiguas. Basta acostarse en el diván de un psicoanalista por veinte minutos para comprender, no sin una angustia capaz de retorcernos las tripas, lo insondable de los vínculos familiares.

Que hayas convocado a tu hermana Javiera para hablar de los hermanos Vergara Toledo no es casual. Otra vez, el parentesco parece ser lo que te motiva para indagar más allá de las apariencias, para ir más lejos. Me contaste hace unos días que Walter Andrade te acompañará en la construcción de otra de las piezas de la muestra, “La esquina es mi corazón”, que alude a la tumba de Oscar Wilde. Será que elegiste no andar sola en las obras que rozan la muerte más de cerca. Será que la riqueza de la escala de grises, como en tu versión agigantada del Courbet, sólo es posible sumando voces ajenas.

Cuando camines a través de la tormenta,
Mantén la cabeza alta,
Y no temas por la oscuridad…

Dice la canción.

No te dije esto: lo que me emociona de tu trabajo es que resiste cualquier empaquetamiento conceptual más o menos anodino. El statetment, redacción engorrosa en la que los artistas nos aplicamos por obligación y con tedio, le queda chico. Afortunadamente, suele filtrarse aquello que te mueve y te conmueve. Las relaciones entre las cosas te exceden y lo que parecía casual, una vez metido en tu sistema, tiene el peso de una causalidad que no hace más que multiplicar sus resonancias.

Gracias a tu muestra estoy saldando una deuda antigua con enorme placer: leer “Ada o el ardor”. Apenas en la segunda página me veo en la obligación de diseñar un mapa. No sólo geográfico sino psicológico. Un mapa de contradicciones, perversiones, nebulosas, zonas tan nítidas que hieren, tautologías cínicas. Necesito una y otra vez releer, volver hacia atrás, revisar si pasé por alto algún detalle. En la cuarta página ya sé que Nabokov me ha hecho pisar el palito incontables veces. Entonces pienso que la manera de internarme en la lectura de “Ada…”, una manera un poco detectivesca, se parece bastante a la actitud que exige tu obra: tirar de la punta del ovillo y ver cómo los hilos se cruzan, se enroscan, se extienden, van y vuelven hasta cristalizarse en una plataforma laberíntica. Al final, al igual que Ada y Van, no somos más que un mosquito atrapado en la tela de una araña. Creo que vos sos las tres cosas: sos mosquito, sos araña y sos ovillo de lana. No te ofendas, es una metáfora un poco bruta, ya lo sé, pero a esta altura hay confianza. Sabrás entender.

Nabokov, Courbet, Tolstoi, los Vergara Toledo, Oscar Wilde…tamaños monstruos con los que te has metido Paulina! Me pregunto qué tienen en común todos ellos. Apunto un par de ideas que apenas rozan lo complejo del asunto: todos han tenido que traicionar algo que consideraban exterior (sea un régimen político, sea un código social, sea el canon de una academia imperante) para no traicionarse a sí mismos. Todos han sido rebeldes, trágicos, controvertidos y extremos. Y todos han tenido el corazón dividido en algún momento de su existencia.

Esta carta no tiene final. Esta carta es como dos amigas que se cruzan en la calle y caminan juntas unas cuadras. Conversan con cierta urgencia, anticipando una separación inminente, intuyendo que la agonía de las cosas se agazapa en cada esquina y que cada minuto es una piedra que hay que pulir hasta que la superficie logre reflejar el entorno. Soy conciente de que las superficies reflejantes no lo hacen pasivamente, dictan su sentencia espectral así como los brillos del agua en movimiento devoran nuestros contornos distorsionándolos. Estas esquinas que hemos dejado atrás… ¿Conservarán el eco residual de lo que pensamos juntas? Pronto llega el punto en que los rumbos de estas amigas deben dispersarse hasta que al destino se le antoje volver a reunirlas. Creo que vamos llegando a este punto Paulina. Quisiera dejarte, a modo de despedida temporaria, unas líneas de la canción que, a esta altura, es nuestra banda sonora:

Camina a través del viento
Camina a través de la lluvia
Aunque tus sueños se vean sacudidos y golpeados
Sigue caminando, sigue caminando con la esperanza en tu corazón
Y jamás caminarás sola.

Verónica Gómez
Octubre de 2011