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Arabesques

No había que rebelarse, soñar, esperar, hacer esfuerzos,
huir; había que elegir atentamente, (…) aceptando con modestia
vivir –acá o allá- y dejar pasar el tiempo.
Nathalie Sarraute, Tropismes

 

La magia de las antiguas relojerías, donde cada tictac marca una hora diferente, porque cada péndulo funciona diferente, y sin embargo dentro del local todo sucede en un mismo y único momento.

El religioso y el ateo fantasean con esa novela total, compuesta de capítulos dispersos de muchas novelas, libros abiertos en la página justa, abandonados en la página exacta, enlazados en la memoria con ese otro capítulo, elegido porque sin sospecharlo lo continúa y  concluye. Y así, desafiando las escaleras de los ángeles de Tobías, donde cada peldaño concierta en el sueño azar y precisión, continúan esperando el aplauso.

Cada peldaño es una planera, es el acotado horizonte donde volverán a descansar esas imágenes, una y cada una, sin desestimar jamás su vocación de fragmento. Se alzan, tejen, vuelan, regresan. Todo eso rapsódicamente.

Verónica es un personaje de Aída, siempre lo fue, antes que Adilardo, que los calvos y su nave. Verónica es el capítulo que reúne al melancólico gato y su hipocondríaco dueño con un grabado que es el paisaje de un país secreto. Objetos de meditación. Tortas con forma de molino.

Cada imagen es la ventanilla de un tren que recorre las pesadillas que todavía no fueron soñadas. Materia onírica que orbita nuestro viaje, cuando perseguimos la nave de los prófugos. Es posible que escapen de nosotros. También que seamos su pesadilla. O sus captoras. Acaso mujeres nacidas durante la guerra.

Es toda una discusión señalar en qué capítulo de toda la trama aparece Verónica. En cuáles capítulos, que son reliquias, que son verbo, esto es relinquere, que significa dejar atrás. No sabemos atrás de qué. Ni de dónde ni cuándo. Son restos, fragmentos, piezas en las que el orden manda, el orden ordena, nadie recuerda qué, aunque no exista quien no crea saberlo.

Queda grabado, es decir, queda impreso, quiere decir, conserva su forma después de que la visión se desvanece. Escribió D. H. Lawrence: “No puedo nunca decidir si mis sueños son el resultado de mis pensamientos, o mis pensamientos el resultado de mis sueños”.

El Vellocino ya no de oro, sino de rezos. De invocaciones, de distintas noches y días. Puntas de nieve. No hay refugio alguno para las reliquias, ellas mismas lo son. Nichos. Resguardos de visiones, granjas.

Sensación proviene de “Sensationem”, o sensatio, que nace en la raíz indoeuropea sent-“ir”, como en alemán antiguo “set” o galés “hynt”. Podría estar emparentado con el inglés send, o el alemán moderno “senden” – enviar. En latín podría haber obtenido su significado figurativamente como en “ir y encontrar su camino, usando los sentidos”. Sentidos personificados.

Me pregunto desde dónde ver los sueños. Cómo los clasificamos y por qué. Qué serían si no fueran sueños. ¿Si fueran sólo arabescos? ¿Si se tratara solamente de una leve melodía?

 

Corina Nieves
Invierno, 2013