VERÓNICA GÓMEZ. “El Conejo: Estudios Preliminares. Laboratorios Baigorria S.A.” por Javier Villa
La estructura del absurdo parte de un desplazamiento y luego todo se desliza lógicamente; la verosimilitud se sostiene al mantener el tono del sistema elegido; mantener el tono del desplazamiento a fondo es lo que provoca gracia y extrañamiento. La primera vez que visité Laboratorios Baigorria S.A. me acordé de esta fórmula básica que le había arrancado a Esperando a Godot.
Ese día no conocí a la responsable principal del emprendimiento, la Lic. Laura Baigorria. De hecho, todavía no nos cruzamos: siempre se excusa con un viaje a Papúa Nueva Guinea para establecer relaciones zoológicas en una selva virgen o con una gripe aviar contagiada en un rapipollo de Ramos Mejía. Pero sí mantuve un contacto asiduo con su asistente.
En la primera visita quedé registrado en las actas como auditor externo. Discutimos con el personal presente sobre las libertades que puede generar un proyecto con una fuerte imposibilidad inicial. Indudablemente, las zonas potenciales de investigación se expanden cuando no se pone mucho esfuerzo en pretensiones que a menudo resultan limitantes. Por ejemplo, que en sus comienzos un proyecto no negocie con las fórmulas de exhibición acostumbradas: Laboratorios Baigorria S.A. funcionó tres años a puertas cerradas en un ambiente 3×3. Este régimen privado de producción y circulación no sólo le permitió a la institución construirse su propio contexto de existencia, sino que también fue tejiendo de a poco un marco simbólico para que las piezas dentro del conjunto sean más que parcialidades dentro de un corpus y formen parte de una entidad inexhibible. Esta entidad inexhibible evidencia lo obsoleto que para cierto tipo de trabajos pueden resultar los mecanismos de puesta en escena del circuito contemporáneo. Si bien el laboratorio se traslada por primera vez desde su sede central a una sede temporaria, la obra (Laboratorios Baigorria S.A.) excede a su muestra (El Conejo. Estudios preliminares).
La segunda vez que pasé por el establecimiento tenía una invitación formal para realizar una jornada de experimentación. Me acompañó un grupo de gente con la que debía multiplicar una especie porcina determinada. Una vez formada la piara y por medio de un contrato de pastaje, arrendábamos un predio que debíamos pagar semana a semana para que nuestros ejemplares sean alimentados, observados e investigados por el personal del Laboratorio. La experiencia condensó todo tipo de papelerío burocrático, varios informes de comportamiento con sus respectivas imágenes, relaciones laborales con otras instituciones y más cuestiones semejantes. El producto final, estético y narrativo, se alimentaba parasitariamente de los lenguajes científico y administrativo, atravesándolos con una línea anticuada, obsoleta y poética. El absurdo de la experiencia lograba reformatear la vieja relación entre arte y ciencia mediante la exploración lúdica e irónica de sus límites.
Así operó el laboratorio en los últimos tres años: cada experiencia dura alrededor de un mes y en ella trabajan el personal requerido y un invitado que actúa, a su vez, como cómplice de la ficción y la construcción del absurdo, coautor de algo que lo excede y espectador ideal de todo el asunto.
Esta sede
temporaria y los trabajos de campo que se realizarán en otras instituciones dan
inicio a una nueva etapa: la ampliación de los objetivos programáticos del
laboratorio.
Javier
Villa.
Agosto 2006.