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La espera

 

 

Por Catalina Aldama

 

 

 

 

Apenas ingresar a la exposición de Verónica Gómez en la Galería Gachi Prieto, la sensación de estar traspasando el umbral de un ambiente no sólo íntimo, sino profundamente interior, me recordó a la sala de costura de mi tía abuela. Un pequeño habitáculo donde el tiempo parecía detenido y que disfrazado de corte y confección, resistió como un búnker al alboroto de una vida familiar con marido, hijos y animales múltiples y, más tarde, lo hizo ante la soledad de una casa vacía.

 

 

 

Las decisiones curatoriales más palpables, como el empapelado satinado que cubre una de las paredes y los marcos trabajados de las obras en exhibición, han logrado transformar la despojada galería de arte contemporáneo en un salón victoriano. Sin embargo, el estilo de los retratos de mujeres que conforman la muestra poco tiene que ver con el romanticismo lacónico de la Inglaterra de siglo XIX. Los dibujos hechos a lápiz muestran un grado de minucia que, en cambio, evocan algo de ese gusto por el detalle que tenía la pintura flamenca del Renacimiento. En particular, estos rostros tienen un aire de familia con aquellos primeros retratos que circularon en Flandes durante el siglo XV: el Retrato de una Dama de Rogier van der Weyden o el ya mítico Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa de Jan van Eyck, por mencionar tan sólo dos ejemplos.

 

 

 

La alusión al arte y al estilo de dos fases distintas de la cultura europea no resulta contradictoria ni ambigua en esta exposición. Ambas se caracterizan por una afanosa aparatosidad, concebida para el trascurrir de una vida hacia adentro. Una mise en scéne pergeñada para disimular las horas de tedio y encierro. Los personajes femeninos de Verónica Gómez habitan en ese mundo inventado que no es otro que el artificio de la vida sedentaria y burguesa. Sin mucho esfuerzo, podríamos imaginarnos escenas costumbristas, en las que estas mujeres realizan quehaceres de costura y bordado, ofician de anfitrionas en el té de las cinco de la tarde o deambulan entre las habitaciones de su casa desfilando finas piezas de joyería y peinados extravagantes. Todo un despliegue de maestría en el arte de la espera.

 

 

 

La mujer que espera el regreso del hombre, es un mito bien arraigado en el imaginario occidental que ha contribuido en la construcción de aquellos rasgos que por siglos se han considerado inherentemente femeninos. Desde Penélope tejiendo y destejiendo un sudario anhelando la vuelta de Ulises, hasta la heroína almodovariana de La flor de mi secreto que tipea en un loop incesante la misma frase mientras aguarda el llamado de su marido extrañado. En un estado expectante, la mujer realiza actividades inocuas para matar aquel tiempo sin sentido, esa pausa obligada por la ausencia masculina.

 

 

 

Las criaturas que ha creado Verónica no se distraen con ninguna tarea. Parecen no haber tenido movimiento por años. Allí petrificadas, manifiestan en sus rostros un estado de ánimo invernal. Los ojos de algunas de ellas se encuentran vacíos; invirtiendo la lógica del sentido de la vista parecen mirar hacia adentro más que no ver. Unas pocas dirigen una mirada penetrante hacia un punto fijo y otras, muestran ojos cansinos, entre aburrimiento de domingo y trance psicodélico. Las cabezas flotan en un fondo blanco que no devela ningún entorno. Ante la falta de un paisaje que las envuelva, el paisaje se ha adueñado de sus rostros, sirviéndose de ellos a voluntad. Se les han desparramado manchas en toda la cara, crecido pelos faciales y capilares a raudales, les han salido cuernos, brotado ramas. Se han convertido en piedra o corteza.

 

 

 

“Una vez me animé a salir y caminé por el sendero frío de la primavera, diminutas flores azules se esparcían en la orilla del hielo, un mantel quieto que llegaba desde el monte al que se van los hombres.” Los hombres que se van a la aventura y las mujeres que se quedan imaginándolos. En ese tono de añoranza por lo desconocido los textos de Julián López acompañan los dibujos de estos seres solitarios reunidos en el libro Letargia, cuya edición reciente ha dado origen a la presente exhibición.

 

 

 

La letargia refiere a una condición de desgano y extremo cansancio, un estado de hibernación que pone al mínimo las funciones corporales. Misteriosa como la melancolía o la catalepsia, la letargia es un fenómeno atribuido a distintas causas. Sin un diagnóstico certero, pareciera tratarse de una dolencia que refleja en el cuerpo, el malestar de un espíritu inapetente y agobiado. Impasibles en este limbo, a medio camino entre mujer y monstruo, entre ser vivo y objeto inanimado, entre protagonista y decorado, las criaturas que dibuja Gómez resisten el paso de un tiempo suspendido.

 

 

 

 

 

La orilla del hielo de Verónica Gómez, con curaduría de Eduardo Stupía, se puede visitar en la Galería Gachi Prieto, Aguirre 1017. Desde el 13 de septiembre hasta el 14 de octubre de 2016.