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Malaika y sus animalarios  

Sobre Aunque me lavase con agua de nieve todavía me hundirías en el lodo, de Verónica Gómez 

Ciao Vero:

                          No me contestes ahora, pensalo: ¿los animales realmente saben que actúan? Tienen sus ritos gestuales, ya sé. Los repiten para exorcizar el miedo, un poco como nosotros, pero ¿vos creés que tienen su propia idea de ficción? Podríamos seguir hablando horas de esto. Me divierte que nosotros seamos su laboratorio y ni nos demos cuenta.

                           Ufff. No existe nada más nómade que la cabeza, sin embargo siempre necesitamos quedarnos en algún lado. Ellos comenzaron a copiar nuestros gestos porque no hubo época en que no los hayamos imitado.

                          Como diría Camille Paglia, la cultura es todo lo que seguimos haciendo para domesticar nuestra animalidad, es nuestra forma de volvernos mascotas de otro tipo de sobrevivencia; pero lo que me perturba es que los animales ni cultivan ni cosechan, simplemente continúan empleando sus sentidos con una fina brutalidad y sabiduría que desconocemos. ¡Todos quisiéramos ser Temple Grandin! Bueno, no todos. Al fin, el arte y la guerra son esas zonas de la cultura en la que tenemos carta libre para asumir sin demasiadas reglas previas nuestra animalidad. Bueno, el amor también, por supuesto. Aún así somos tan temerosos que las reglas asoman una y otra vez acá y allá, nunca pidiendo mucho permiso.

                          Volvamos a lo de su ficción ¿ellos tendrán su relato sobre el comienzo y final de las cosas? ¿O seremos nosotros los que estamos enfermos de comienzos y finales? Qué estupidez ¿soy tan poco darwinista que sigo diciendo “ellos y nosotros”? Al fin de cuentas son los instintos los que nos recuerdan que en cualquier momento se acaba todo. Habrá que ver de qué manera trasladamos eso al resto de nuestras imposibilidades.

                          Sabés que me gusta imaginarte dibujando en taxis, en colectivos, en bares. Y buscando en manuales de zoología y enciclopedias más ejemplares para tu casting. Esa es otra cuestión ¿dónde termina el mundo de los animales y comienza el nuestro? O mejor dicho ¿de qué manera seguimos disputándoles sus certezas de mundo?      

                          Siempre me atraparon (creo que como a todos) los apuntes económicos y nerviosos de los pintores viajeros, ese loco afán de capturar el instante, de cronicarlo. Sí, ese vértigo efímero de la memoria compitiendo con los trazos. ¿Obra en tránsito? Qué sé yo. Tengo la impresión de que no es la obra la que está en suspenso (de hecho, ya está ahí, en los anotadores) sino la cabeza que gira hacia acá y allá tratando de entender dónde está, qué sucedió, hacia qué sitio van las cosas. Tu viaje (el que usa la sentencia del libro de Job como un disparo) es manierista en muchos sentidos, pero no específicamente en lo visual. Es más exactamente (así lo veo) una acumulación de fábula: las experiencias se amontonan demasiado rápido y los animales (y su comportamiento) siguen siendo para nosotros tan misteriosos que nos obligan a estar en ese límite.

                                     Si bien los bichos otra vez camuflan y maquillan, de algún modo (invariablemente simbólico y formal) esta obra te describe más desenfadada, sicalíptica. La insistencia con el dolor, los corazones en brote, todo ese teatro tan exagerado y a la vez conmovedor, te disparan a otra dimensión antes muy contenida. Es una risa extraña, porque no es cómica aunque sí graciosa. No piden nuestra compasión, ni nuestra complicidad. Sigo pensando en lo que hablamos hace dos noches: en esos niños que fueron destrozados por un oso de zoológico que se sintió invadido cuando los descubrió dentro de su jaula.  

                           A esta altura ya lo sabés: la gran vedette del conjunto es la suricata mística. Quizá porque esta gata de roca sea la más discreta y perspicaz. Es claro, no entiendo nada de swahili, pero el sonido de la lengua de Tanzania refuerza más esta extraña familiaridad. La suricata es una malaika (un ángel, un espíritu de gravedad que se desplaza con ligereza) que lo resume todo en pocas viñetas.

                           No me quedo ni con la palabra versátil, ni tampoco con excesiva, aunque haya bastante de una y otra. Posiblemente porque son calificativos redundantes. En verdad uno nunca sabe qué hay detrás de un animal song. Vuelvo sobre el principio pero con una variación ¿de qué manera actúan los animales? Porque repaso tus dibujos y una vez más me cuelgo con sus poses. Saben que los miramos posar. Vos captás perfectamente esa impasibilidad que no es nada distinto a nuestra perplejidad.

                            Son tiempos de cambio, sí. Hace un tiempo que son tiempos de cambio, pero es evidente que no sabíamos muy bien cómo convivir con eso. Por ahí ahora tampoco sabemos, pero al menos las cartas parecen echadas de forma más definitiva. ¿Qué tan parecido al nuestro será el destino de los animales?

                            No sé si es tarde o temprano, pero ahí vamos.

                            Otro beso para vos.

                                 Rafael Cippolini

7 de noviembre de 2008