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Contra el sol

 

“La atmósfera no es solamente la parte del mundo distinta y separada de los otros, sino el principio a través del cual el mundo se hace habitable, se abre a nuestro soplo, se vuelve él mismo el soplo de las cosas. Siempre se está de manera atmosférica en el mundo porque el mundo existe como atmósfera.”

Emanuele Coccia La vida de las plantas. Una metafísica de la mixtura

 

Cuando pensamos en un site specific lo que imaginamos es una ajustada percepción del espacio expositivo y la creación de una obra que está diseñada para una locación particular, se relaciona con ese lugar de modo único y debe su existencia a esa interrelación. En el caso de Verónica Gómez asistimos a un modo singular de entender este tipo de producción en que la operación clásica será trastocada: sus obras pertenecen a un lugar pero son mostradas sin ese contexto. Un tono anímico encuentra una vía de expresión a través de sus pinturas y dibujos. Ese estado es previo al encuentro del ámbito físico que le corresponde. La búsqueda del escenario adecuado, de un lugar donde encajar es posterior a la obra-estado, que luego de ese encuentro será afirmada en su pertinente territorio. La artista entonces traslada su cuerpo a las latitudes que sean necesarias para ese hallazgo, como quien camina con una pieza del rompecabezas en su mano hasta encontrar el resto de la imagen y completarla. No es la construcción de un artificio de tipo simbólico sino el real encastre de un mundo interno que encuentra una perfecta sincronía con el hábitat externo. La inadecuación es una herida y es también un motor extraordinario. En esa anomalía está la potencia de la artista.

La adaptación a un entorno implica la adquisición de todo lo necesario para acomodarse mental y físicamente a diversas circunstancias y medios. Camuflarse es una gran opción para pasar inadvertido o para disimular un sentimiento que no sería conveniente mostrar. Para ocultarse nada mejor que quedarse inmóvil. El liquen coloniza las superficies que aparecen quietas y la quietud consiente el crecimiento de florestas suaves y tiernas, apenas verdes, apenas grises.

En esta muestra la artista parece haber vuelto su mirada a un interior que rara vez quiere exponerse. La paradoja de este giro es la apariencia de las máscaras que en lugar de ocultar confiesan un estado del alma. Los retratos femeninos anacrónicos y desencajados aquí exhibidos han perdido la finísima lámina del disimulo y quedaron sin el entorno del cual tomaron su aspecto para pasar inadvertidos y al mostrarnos su disfraz se nos revelan paradójicamente desnudos. La melancolía cubre de brumas la mirada de estos seres letárgicos y se cristaliza en pinturas y dibujos. Ojos como fondo de un pozo donde cielo y follaje se balancean oscuros. Paisajes del frío y la nieve que multiplican lo tenue y se repiten en el trazo y la palabra creando zonas climáticas de acumulación y dispersión plenas del más elegante humor. La meteorología parece corresponder a los ojos que la ven.

Como la continuidad de un sí mismo las obras son un continuum entre rostros y atmósferas, diluidos unos en otras porque es impensable una separación cuando estamos inmersos en el mundo. Somos impregnados material y espiritualmente por nuestro hábitat que con sus infinitos detalles da forma y consistencia a nuestra existencia. El ánimo es atmósfera, cuerpo sutil que prolonga sus formas en una imagen de sí que nuestro cuerpo y nuestro espíritu inspira y exhala.

Cerca del ártico, muy lejos de su lugar de origen, rodeada de valkirias rurales sin traducción, de abedules y nieve y sobre todo de una luz particular Verónica Gómez se encontró como en casa. En estas coordenadas del planeta durante el invierno tiene lugar la noche polar llamada kaamos que significa “tiempo de penumbras”. En este período el sol se mantiene bajo, los rayos llegan en ángulos casi rasantes y son de una luz blanquecina que parece al borde permanente de la extinción. Esa discontinuidad del ciclo habitual del día y la noche ubica la mitología solar en otro registro. La información que respiramos a través del fluido que va hasta el horizonte y vuelve a nosotros ahora será otra. El sol es una posición, un punto de vista, un modo de lectura. En términos de nuestra cultura es el yo resplandeciente, visible y fulgurante. Es el éxito del yo, el arquetipo de la voluntad, el poder y el deseo. Lo apolíneo es el canon de belleza racional y masculino. La divina distancia. Pero hay otro centro desde donde leer las cosas que no clausura los textos (el mundo) en una sola lectura. Hay otra mirada que permite el ingreso de una temperatura anímica menos estridente al espacio visible. Bajo el sol cenital proyectamos una dura sombra. En esta otra luminosidad débil la sombra está irradiada, indistinguible de la luz. Contra el sol nos cegamos pero aquí en este rango menos brillante y de nitidez intermitente podemos ver el movimiento de las cosas quietas. Esta nueva luz residual acepta a todos los seres. Aquí podemos mirarnos y reconocernos desenmascarados.

Hay un sistema planetario en el que el sol no es el centro pero nadie quiere verlo.

 

Silvia Gurfein

Octubre de 2018